La dictadura de lo cuantificable

La persecución del progreso en aras de la mejora colectiva ya no es una tarea asumida desde las Humanidades. De hecho, disciplinas como la filosofía, entendida en todas sus ramas y subdivisiones, y con independencia de la enorme profusión de ensayos actual, han sido relegadas a un segundo plano. Se entiende la reflexión abstracta sobre nociones radicales como una fruslería o entretenimiento menor para pasar el rato. Los intelectuales no son evocados, salvo alguna excepción que viene a confirmar la regla, para ofrecer su punto de vista y orientación para nuestras cuitas. Más bien al contrario, hemos topado con una era en la que la abundancia de información y conocimiento es de tal magnitud que resulta complicada la diferenciación entre la falacia y la realidad. Por este motivo, parece haberse reavivado una reacción antiintelectual, pues todo el mundo piensa que tiene acceso a la verdad mediante sus terminales móviles. Estas supuestas certezas incluidas en la avalancha informativa a la que estamos sometidos necesitan del pensamiento crítico, el contraste de puntos vista y la discusión para distinguir el grano de la paja. La aceleración de la contemporaneidad y el abandono de la actividad intelectual a los mesías posmodernos han provocado la dejación de las funciones reclamadas por Kant no hace tanto: Atrévete a saber.

Las redes sociales y los universos digitales se muestran como la principal puerta de acceso al saber. De manera indudable esta ampliación de horizontes implica numerosas ventajas y mejoras, pues no cabe duda de que nuestras vidas y el camino al conocimiento se han transformado de manera indudable en las últimas décadas. Ahora bien, estamos lejos de controlar esta nueva dimensión y nos hemos dejado llevar por los tutores impostados en forma de grandes conglomerados empresariales que tienen en nómina a influyentes gurús en una espiral de propaganda de la que es difícil escapar. Se ha instalado la noción de una falta autosuficiencia y autonomía dado que somos dependientes de las nuevas propuestas tecnológicas. De este modo, la indigencia intelectual se abre paso para renunciar a nuestro talento reflexivo, siempre afilado por la actividad filosófica y el resto de Ciencias Humanas. Son innumerables los sectores vitales a los que no dedicamos unos cuidados mínimos. Por ejemplo, la ética, la moral, la política o la estética son áreas del saber desamparadas y rendidas el criterio de los supuestos expertos que hoy, frente al sabio ilustrado de antaño, se han convertido en opinadores superficiales vendidos a las demandas de la audiencia; vale más un punto de vista cuanto más respaldo obtiene. Es decir, se impone la falacia ad populum sin que pueda establecerse la más mínima resistencia debido a una opinión general que desborda nuestras posibilidades para la réplica.

 El mundo se mueve gracias al pragmatismo y el individualismo derivado de los procesos científicos y técnicos aplicados al mundo mercantil. Si bien es cierto que la propaganda como medio para orientar el consumo hace uso de la filosofía, la sociología y la psicología de masas, estos recursos han quedado bajo el auspicio de los poderes económicos dispuestos a aniquilar cualquier sentido crítico con tal de lograr una sociedad dócil y adaptada a las necesidades del mercado. Se ha establecido un espacio de discusión reducido en el que únicamente caben las apreciaciones oficialmente aceptadas. De hecho, cualquier atisbo de divergencia se encuentra subsumido en las propuestas mercantiles que pastorean nuestros puntos de vista. Se ha reducido de manera significativa el alcance de nuestra cavilación para, de este modo, mantener una supuesta discordia controlada que venga a redundar en los usos y costumbres asumidos de manera general.

La cuantificación es una de las claves para la comprensión del tiempo presente. No hay ocasión para la conceptualización abstracta por mucho que esté implicada en aspectos directamente relacionados con la humanidad. El mercado, frente a lo sostenido por infinidad de voces, algunas aparentemente autorizadas, no es el escenario propio del ser humano. Es más, esta entelequia debiera plegarse a nuestras necesidades y no al contrario, como viene sucediendo. Se requiere, volviendo de nuevo a la memoria del filósofo prusiano, de un giro copernicano que nos permita el retorno a lo perentorio: el ser humano. El resto de elementos asociados no son más que accesorios y debieran situares en una jerarquía inferior para de este modo establecer una verdadera axiología vinculada a nuestras necesidades.

Las Ciencias Humanas tienen un grave problema en relación a lo expresado con anterioridad: escapan a la posibilidad cuantificable. No hay métodos adecuados para medir de manera fiable el bienestar generado por el arte, la educación o el estudio de las dimensiones humanas ajenas a la asepsia de las Ciencias Naturales. Con todo, este tipo de estudios se erigen como imprescindibles para afrontar un momento de cambio y transformación como el que estamos viviendo. Todos tenemos voces en el conglomerado digital, pero debemos insertar un sentido reflexivo que vaya más allá de la mera sentimentalidad y superficialidad que parecen monopolizar la inmensa mayoría de mensajes emitidos. No todo vale, al menos para la organización de lo social. La actualidad, marcada por su característica de resultar un tiempo gozne, como indica Koselleck en su Historia conceptual, lleva en su seno una infinidad de posibilidades; muchas de ellas benéficas. Ahora bien, es tarea colectiva dilucidar el camino a tomar sin dejarnos arrastrar por los autoerigidos tutores de lo colectivo.

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