Los cuidados

Las atenciones dedicadas a nuestras creaciones permiten su pervivencia. Cualquier creación humana, abandonada a su suerte, termina arruinada y desvencijada. Incluso las estructuras pergeñadas para la eternidad sucumben al paso del tiempo, el bandolerismo y la decrepitud. Podría decirse que las entelequias, ideas o abstracciones no se sitúan al mismo nivel que lo físico, pero también la desatención hacia este tipo de producciones, irremediablemente humanas, genera la distorsión o el desquicie de su propósito original. No hay más que observar el empleo de conceptos como justicia o libertad a lo largo del tiempo, pues su interpretación y adaptación a la realidad fáctica va mutando y adaptándose a las nuevas necesidades. Por ejemplo, el acceso a la justicia en un estado de derecho se entiende como universal, pero quizás en otros modelos organizativos y por supuesto en momentos pretéritos esta noción solo referencia a grupos privilegiados. La libertad en un sentido clásico implicaba el ingreso en sociedad y la asunción de responsabilidades en claro oposición a la vida servil o esclava de los desposeídos. Otra cuestión es cómo se interpreta desde algunos sectores en la actualidad. Por tanto, queda de manifiesto la necesidad de prestar atención a lo material, pero también a lo etéreo si deseamos su sostenimiento.

Los regímenes políticos, cuajados de manifestaciones físicas y abstractas, de relaciones de poder, prebendas u obligaciones suponen una complicada red de relaciones en permanente alteración y cambio. Estas mutaciones son en ocasiones deseables dado que las novedades generadas por las mudanzas históricas deben implementarse en nuestras comunidades siempre y cuando permitan un progreso positivo. No podemos mantenernos al margen de los descubrimientos científicos, técnicos, éticos o culturales. Si algo implica una mejora se presume la necesidad de adoptar medidas para su inserción en nuestras correlaciones. Ahora bien, algunas evoluciones suponen una transformación profunda y esencial que conduce a una desestructuración conducente a un cambio de modelo. Como ejemplo podría citarse la Revolución Industrial que desde una reflexión reduccionista cambió el vínculo con la natural, trajo un nuevo modelo mercantil y provocó el ascenso y génesis de nuevos estratos sociales hasta ese momento desconocidos. Así, los regímenes fundados en el privilegio, la herencia o la sangre terminaron por extinguirse para dejar unos míseros rescoldos aristocráticos. Es de suponer que este cambio, provechoso desde una perspectiva objetiva, no fue valorado de la misma manera por aquellos que perdieron sus privilegios. Todo es cuestión de perspectivas.

Podría presumirse que el adanismo propio de cada instante de la historia hizo pensar a los individuos de finales del siglo XVII que sus estructuras estaban dotadas de una firmeza inaudita y que resultaría inverosímil una mudanza como la que puede analizarse a la luz de la historiografía. Si retrocedemos en el tiempo supongo que las instituciones medievales representadas por la Iglesia y la Monarquía se sentirían a salvo de cualquier modificación debido a su pervivencia, poder y capacidad para restringir cualquier movimiento contestatario. Qué decir del liberalismo decimonónico, establecido sobre una firme base política que, sin embargo, daría paso a los totalitarismos que asolaron Europa durante la primera mitad del siglo XX. Por tanto, podría garantizarse la caducidad de todas estas estructuras e incluso es posible aventurar la aceleración de los tiempos históricos para llegar a un presente frenético establecido sobre el cambio constante.

Nuestras organizaciones no difieren esencialmente de los ejemplos mencionados. Estamos firmemente aposentados sobre unos mecanismos universalmente reconocidos, gozamos de innumerables posibilidades técnicas y en el mundo occidental hay un amplio consenso en relación a las abstracciones axiológicas a admitir para el establecimiento de las conexiones necesarias para el mantenimiento de nuestro andamio compartido. Nada nos separa, desde una perspectiva psicológica, de las personas que poblaron el mundo hace centurias. También nosotros hemos naturalizado nuestros triunfos y no entendemos la realidad desde otra perspectiva. Sin embargo, caminamos sobre el alambre y los pequeños impulsos producidos desde los múltiples ángulos sociales generan temblores prácticamente inadvertidos que socavan nuestros cimientos institucionales y comunitarios. Se hace imprescindible, tal y como comentaba en las primeras líneas, el cuidado de nuestras creaciones, pues, en caso contrario, comenzará el lento e inexorable desguace conducente a la decadencia. Cuando llegue ese momento, cuando no valoremos lo construido, será el turno para los advenedizos dispuestos a aprovechar cualquier resquicio para imponer su perspectiva.

Cómo mueren las democracias, de los politólogos de Harvard Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, supone una llamada de atención para procurar el miramiento de nuestras propias configuraciones. Tras una trayectoria contemplando el fracaso sistémico en zonas como Latinoamérica o Europa oriental detienen la mirada en la irrupción trumpista en Estados Unidos. Empleando la figura de los guardarraíles de la democracia destacan como en los últimos tiempos la denigración del rival, el ataque sin miramientos al oponente, el acecho a la vida personal o la creación de montajes haciendo uso de los recursos periodísticos mantenidos gracias al apoyo financiero de grupúsculos, fundaciones o estructuras de poder han depauperado el espacio público. Los límites representados por los mencionados guardarraíles se han rebasado para establecer un novedoso dominio ajeno al respeto básico de los fundamentos de nuestras democracias. Mientras escribo estas líneas no sé qué sucederá con Pedro Sánchez, pero dudo que se trate de un simple órdago victimista para lograr algo de rédito político. La máquina de fango mencionada por el todavía presidente, trayendo a colación a Umberto Eco, ha estado funcionando a pleno rendimiento y ha pulverizado los presupuestos básicos aceptados por la mayoría. Veremos cómo se desenvuelven los acontecimientos, pero debiéramos asumir lo antes posible que no todo vale y que nuestro orden podría venirse abajo en cualquier momento.

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