Claves lingüísticas

El lenguaje implica ciertas claves, algunas de ellas fundamentales para la percepción humana de la realidad. No en vano, nuestras posibilidades lingüísticas arrojan innumerables opciones para la catalogación, conceptualización y categorización de las infinitas entidades con las que nos tapamos; incluso las derivadas de la abstracción e imaginación humanas, pues no es desdeñable este potencial intelectual para la captura del fondo radical al que nos vinculamos. Se trata, por tanto, de un cable a tierra a partir del cual podemos desarrollar perspectivas, puntos de vista e ideas, pero siempre sujetos a reglas y normas para la producción de nuevos elementos afines al habla y la escritura. Estos vehículos para la expresión implican las relaciones intersubjetivas imprescindibles para la génesis de la comunidad. Ya comentaba Aristóteles la potencia del logos para dirimir lo justo, lo injusto, lo adecuado y lo inadecuado. Por supuesto, y alejándonos de absolutos, estas divisiones terminan sujetándose al espíritu de cada momento y, por tanto, resultan dúctiles y flexibles.

Nuestro primer contacto con el mundo, ya sea externo o interno, se realiza por medio de la sensibilidad. De este modo, somos capaces de registrar una serie de impresiones con las que nos ubicamos en lo real o somos capaces de localizar nuestro estado de ánimo gracias a los términos compartidos en el seno de las distintas lenguas. Logramos, por medio de esta vía, levantar puentes para el contacto con nuestros semejantes, pues nos vemos capacitados para el desarrollo de la empatía y el reconocimiento de estados de ánimo por todos experimentados. De no contar con esta capacidad quedaríamos enclaustrados en nuestros universos particulares sin la posibilidad de completarnos con el resto de seres humanos entre los que nos colocamos; algo fundamental, pues no dejamos de ser animales gregarios enredados en modos de vida necesitados del conjunto. En este punto, la expresión en todas sus dimensiones supone la posibilidad de compartir, asimilar y producir conocimiento partiendo de nuestras experiencias particulares y compartidas.

Por otro lado, los sentidos ideales apuntados en las líneas precedentes también se enfrentan al empleo no tan amable que podemos hacer del lenguaje articulado. Al igual que puede sembrarse la simiente de la comunidad, es posible establecer la separación y la discordia. Tal y como desarrolló Carl Schmitt, las nociones de amigo y enemigo resultan claves para el establecimiento de la imprescindible argamasa social. Así, para establecer la raigambre comunitaria resulta usual la invención (o aprovechamiento) de un rival enconado y antitético para respaldar los planteamientos propios. Estos derroteros están insertos en la mayoría de narraciones fundacionales en las que un pueblo concreto, normalmente elegido por los dioses por sus características excelsas, enfrenta la injusticia e impiedad de los rivales para de este modo convertirse en la comunidad señera y privilegiada. La propia identidad se ve reforzada con este planteamiento, aunque, como ingrediente negativo, podemos establecer una conceptualización segregadora y peyorativa encargada de amueblar intelectualmente nuestro entorno para de este modo diferenciar los propios de los ajenos. Todos los enfrentamientos se levantan sobre estas diferenciaciones que invitan a la eliminación del rival para de este modo cimentar los planteamientos propios. No es posible estructurar la comunidad si no se echa mano a los materiales políticos mencionados.

La lengua tiene características añadidas, pues también presume una herramienta para la catalogación a nivel individual. En otras palabras, el uso del verbo permite ubicar a las personas en un espectro social determinado. Por ejemplo, el empleo de una jerga concreta y privativa podría hacer referencia a una función en la que los profesionales del ramo intercambien puntos de vista partiendo de una terminología compartida. También cabe la localización de la alta cultura, de la estulticia o de la agilidad mental, pues la palabra nos retrata gracias a sus rasgos. Es posible reconocer el origen de alguien por su acento, por el uso de palabras determinadas o por las construcciones gramaticales empleadas para la expresión. Incluso el nivel socioeconómico viene a manifestarse por medio de la palabra a pesar de que este indicador no siempre resulta fiable, pues las lecturas y el acceso a la cultura puede realizarse de manera autodidacta. Lamentablemente, esta última posibilidad, con independencia de su realidad, no siempre resulta posible en ciertos ambientes marcados por la emergencia económica. Este contenedor incluye el bagaje vivencial de cada cual dado que van depositándose en sustratos existenciales las vivencias traducidas al lenguaje.

A colación de lo dicho en las líneas inmediatamente anteriores, cabría considerar que el terreno de la política posibilita la localización de los verbos más floridos, más cultivados y mejor preparados para el establecimiento de acuerdos y tratos entre rivales, que no enemigos, para así establecer una mejora para el conjunto. La escucha de nuestros parlamentarios no podría resultan más desoladora. Muy alejados de la excelencia presupuesta, de intervenciones memorables alojadas en nuestra memoria colectiva, topamos con la indigencia intelectual y la imposibilidad expresiva. Únicamente se marcan líneas inamovibles para polarizar en lugar de acercar. Especialmente llamativo es el lenguaje patibulario empleado en la Asamblea madrileña, diputados trajeados, pero haciendo uso de una locución impostada que recuerda a ambientes muy alejados de la práctica política. Por tanto, y a pesar de una problemática que a todos afecta, es posible emplazar a estos sujetos en su verdadero ambiente; un lugar muy separado del ágora pública.

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