La delimitación del lenguaje

La filosofía siempre ha sido consciente del poder del lenguaje. En este sentido, tenemos innumerables pruebas, verbigracia, Aristóteles vinculó hace más de dos milenios nuestra esencia racional con el uso del logos. En su Política indicaba que somos seres gregarios, pero, frente a abejas u otros animales reunidos en manadas, enjambres o piaras, somos capaces de determinar lo que es bueno, malo, adecuado e inadecuado. Esta propuesta, que llega hasta nuestros días, ha sido, sin embargo, instrumentalizada y manoseada, pues, desde el mundo clásico cuajado de valores universales e inamovibles, se ha producido un viraje conceptual que ha ido difuminando las fronteras anteriores. En este punto, quizás habría que mencionar El príncipe de Maquiavelo y su realismo político dado que ya en el siglo XVI se da cuenta de la necesidad de instrumentalizar la opinión para la dirección de lo social. Las nociones otrora fijas y sólidas comienzan a licuarse para emplearse con fines partidistas. Lo bueno, lo malo, lo adecuado y lo inadecuado no resulta tan claro y dependerá de las necesidades particulares de los grupos hegemónicos. Nos lo recuerda Rainer Mausfeld en ¿Por qué callan los corderos? cuando menciona que Federico el Grande, en el ámbito de la Ilustración, presentó a la Real Academia Prusiana de Ciencias de Berlín la siguiente cuestión: ¿Es útil engañar al pueblo? Cabría preguntarse quiénes sacarían provecho de esta posibilidad. 

No es hasta el siglo XX, con la expansión de los gobiernos democráticos, cuando se constata la imperiosa necesidad de generar nuevos límites. Con la demanda de libertad, la oposición a los totalitarismos después de la II Guerra Mundial y el ansia popular por dirigir los destinos colectivos el mundo de la finanzas se da cuenta de lo perentorio de introducir delimitaciones para generar un contexto proclive a sus intereses. ¿Cómo en caso contrario sería posible concentrar el poder y la riqueza en tan escasos actores globales? De manera clara, resulta imprescindible la construcción de nuevas lindes para acotar la posibilidad crítica de la población. De este modo, y gracias a técnicas como las expuestas por Edward Bernays en Propaganda, se establecen criterios que determinan cómo debemos valorar nuestras propias acciones y, por supuesto, las de nuestros dirigentes. 

George Orwell se adelantó en 1984 al mundo presente. Si bien su neolengua venía a respaldar el totalitarismo integral en un futuro distópico, los principios rectores de esta idea literaria se encuentran entre nosotros. Hoy por hoy, el neoliberalismo económico y político, propuesta organizativa global causante de millones de muertes y de la degradación medioambiental, establece gracias a sus intelectuales orgánicos, economistas de cabecera y políticos vinculados el nuevo contexto que rige nuestras relaciones y valoraciones. Esta estrategia tiene una doble lectura, pues, de una parte, es capaz de abortar la disidencia interna y, por otro lado, puede rapiñar los recursos externos al tiempo que erradica de manera absoluta cualquier atisbo de discrepancia global mediante el empleo de la nuda violencia. No hay rincón del planeta al que no llegue el fornido brazo de los poderes tácitos. Únicamente se necesita un adecuado uso del lenguaje para lograr los objetivos planteados. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Objetivos de la agenda 2030 y demás demandas proclives a la igualdad, la fraternidad y la consecución de la paz no son más que papel mojado, pues la implementación de estos requerimientos no solo no se está produciendo, sino que en los últimos años estamos asistiendo a una reacción desde ciertos sectores que se respalda por amplios grupos sociales, aunque resulten en último término perjudicados.

Topamos en este punto con uno de los primeros conceptos manoseados y vilipendiados: la libertad. Esta noción, entendida en su sentido expresamente negativo, es empleada obviando la carga de positividad exigida para su realización, pues, en caso contrario, se convierte, como bien vio en su día Isaiah Berlin en terreno exclusivo para los poderosos. Aquellos imposibilitados por cuestiones sociales, económicas o físicas quedan al margen de su posible disfrute. El desmantelamiento del estado de bienestar, que se viene produciendo desde hace prácticamente medio siglo, siempre por supuesto en aras de la tan cacareada libertad, no hace más que incidir en las desigualdades y en la imposibilidad de disfrutar de nuestras potencialidades. Estas se convierten en terreno exclusivo de los estratos acaudalados. No obstante, existen numerosos eufemismos que vienen a disfrazar el desequilibrio vigente. Por ejemplo, el impacto asimétrico de la crisis no es más que una manera elegante de decir que solo afectará a aquellos con menos ingresos; la flexibilización del despido para dinamizar el mercado laboral supone ofrecer herramientas a la patronal para desandar el duro camino realizado por las organizaciones sindicales; inyectar liquidez a la banca no es más que la transferencia de fondos públicos al ámbito privado; las personas en riesgo de exclusión social son solo pobres al margen del sistema; cuando se habla de la racionalización de los recursos humanos es que van a comenzar los despidos. Estos son solo algunos ejemplos de las líneas que vienen a marcar los parámetros morales actuales y que parte de la ciudadanía aplaude. Nada más lejos de la realidad, pues, cuando se entra en recesión, o más bien crisis para hablar con llaneza, solo se salvan los situados en la cúspide jerárquica. El resto son barridos sin remisión. 

Más sangrantes son las perífrasis empleadas para perfilar el contexto allende nuestras fronteras. Asistimos, gracias a la intervención constante de los medios de comunicación acríticos con cuestiones de enorme calado, a la flagrante conculcación de los principios básicos y fundamentales que rigen nuestro orden social. De este modo, y dependiendo de quiénes sean los protagonistas, chocamos con la imposibilidad de realizar una crítica, pues sale fuera del marco aceptado y seríamos tachados de apoyar acciones aberrantes. De este modo, la tortura blanda, que no es más que un modelo repulsivo de aniquilación individual, es aceptada como componente para apuntalar la seguridad nacional; las operaciones especiales son celebradas, aunque supongan la intervención militar arbitraria en estados soberanos incapacitados para evitar la injerencia externa; el bloqueo preventivo se asume como una posibilidad laxa cuando en realidad significa la muerte de los más débiles: niños, ancianos y enfermos; los daños colaterales son asesinatos de civiles, ni más ni menos; el terrorismo se convierte en una etiqueta que acompaña a la raza, la religión o el acceso a los recursos. Y así podríamos seguir, pero no merece la pena establecer un mero catálogo, pues, de lo que se trata es de pensar y reformular nuestras claves democráticas. De hecho, ya podemos comenzar vindicar a mártires contemporáneos como Julian Assange, culpable de señalar todo lo expresado en las líneas precedentes con datos e información.

2 comentarios en “La delimitación del lenguaje

  1. Siguiendo en ilación con Aristóteles y, respecto del uso del logos, es muy cierto que esa propuesta ha sido instrumentalizada y además el viraje conceptual tomo un rumbo temerario.
    Me refiero al » principio de NO contradicción «.
    Creo que tendremos un acuerdo sobre la validez de este principio, donde está en el logos la regla que opera en el lenguaje.

    Ahora bien, quien tenga el coraje de someterse a los medios de comunicación, debe ser consciente que lo mencionado arriba, no existe más.
    Se ha roto todo principio ontológico, todas las reglas sintácticas, para la confirmación de la realidad.
    En la actualidad se puede asistir a: » una cosa puede tener una propiedad y, su opuesto al mismo tiempo «.

    Además, entra todo en el combo, tanto en la ontología como en la ética.
    Es decir, no hay nada por descartar en relación a la contradicción de los datos observados.

    Tomemos un ejemplo, » la libertad «, lo que quedó de ella y, como la racionalidad moderna a través de las teorías Neoliberales ha degenerado en formas degradadas de individualismo.
    Se ha roto la ineludible interconexión entre el bien individual y el bien colectivo.
    Recordemos que » libertad » para el Neoliberalismo significa que el mercado funciona como una guía apropiada, una ética para todas las facetas de la acción humana.

    Estimado Nacho, cuando refieres que únicamente se necesita un adecuado uso del lenguaje para lograr los objetivos planteados, es ahí, donde el » principio de No contradicción» pierde su vigencia.

    El último ejemplo de utilizar el concepto de » libertad » del Neoliberalismo ha sido muy exitoso.
    Un partido político llamado » la libertad avanza «, se ha hecho con el poder en nombre de un nuevo ensayo Neoliberal, además violentando los valores democráticos a mansalva .
    Todo con el visto bueno de la sociedad.
    El sentido común, ha sucumbido y se postró como esclavitud consentida.

    Un saludo respetuoso y muchas gracias por permitirle la reflexión.
    Éxitos !

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    • Estimado Horacio,
      Gracias, como siempre, por tus agudas observaciones. Me quedo con la ruptura del principio de no contradicción, una forma clara de analizar la quiebra a la que asistimos actualmente. Efectivamente, por arte de magia y gracias al embrujo mediático, las cosas pueden ser ellas mismas y su contrario en el mismo tiempo y lugar. Ver para creer. Lo más más llamativo es la manera en que tragamos ruedas de molino de estas dimensiones.
      Por otro lado, esta conexión malsana entre neoliberalismo y la promoción de una libertad que no es tal, resulta de lo más preocupante, pues parece que este tipo de movimientos han logrado ganar terreno en los últimos años. La consecuencia, tal y como señalas, es la pérdida de conexión entre individuo y colectividad.
      Gracias de nuevo por las reflexiones.
      Un saludo afectuoso

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