Desmemoria

La historia y la memoria son elementos limítrofes, aunque muy diferentes. Por un lado, la historia necesita de la memoria (entre otros ingredientes) para la construcción de las teorías historiográficas. Este componente, esencial para la construcción de una teorización verdaderamente científica debe ser expurgado, analizado y comprobado, pues, sin lugar a dudas, la memoria es un elemento dúctil y cambiante que no siempre responde a la realidad. El historiador, siempre que pueda, y aunque parezca contradictorio, debe bucear en el testimonio directo, de tono subjetivo, para la elaboración de un punto de vista objetivo que alumbre luz sobre un determinado momento histórico.

A la posible imprecisión de la memoria se une el sesgo que invariablemente acompaña a las distintas corrientes historiográficas; en algunos casos de manera realmente patente. Las distintas vertientes explicativas de un mismo acontecimiento vienen a refrendar la propuesta de Benjamin en la que defiende la construcción de la historia por parte de los vencedores. Ahora bien, en un momento de pluralidad democrática como el actual es posible el contraste de puntos de vista para de este modo

generar una memoria colectiva de tono, en la medida de lo posible, objetivo. La génesis de puntos de unión ampliamente aceptados permite la raigambre comunitaria y la creación de hitos compartidos a partir de los cuales incorporar una ruta común a seguir por el conjunto. De no producirse esta posibilidad nos encontraríamos, como ha sucedido en infinidad de ocasiones en el pasado, con un relato adulterado que deja fuera a un conjunto importante de la población.

La sociedad actual, influenciada por la cultura pop de las redes sociales, siempre carentes de profundidad y ambición reflexiva, ha caído en la desmemoria colectiva. La ausencia de referencias, de análisis crítico y de ambición epistemológica conduce a la aceptación de la posverdad como mecanismo adecuado para la defensa de la propia sentimentalidad. La empatía, la solidaridad o la persecución de objetivos comunes se convierten en entelequias frente a la defensa de la propia emotividad. Así, se acepta de manera acrítica todo aquello que no atenta contra nuestras emociones para ubicarnos en el cómodo terreno de la ausencia de interrogantes. ¿Por qué preguntarse sobre complicados rasgos de nuestros constructos sociales cuando es posible encontrar un relato explicativo a la medida de nuestras emociones más primarias? De alguna manera, se suprime nuestra capacidad intelectual para conseguir a cambio una plácida visión sobre la realidad. La historia, la sociología, la filosofía o cualquiera del resto de ciencias humanas se ven relegadas frente al diletantismo que abona las visiones sesgadas y partidistas. Incluso, las ciencias empíricas y su método científico, pueden dejarse de lado para la elaboración de una narración ad hoc que venga a dar a espaldarazo a visiones particulares.

La evidencia de la infantilización de nuestra sociedad puede comprobarse en el ascenso de una especie de fascismo chic, no es la primera vez que emerge, y curiosamente siempre en momentos de crisis, al que se acercan sobre todo jóvenes carentes de memoria y, en este caso, de un mínimo barniz histórico. A modo de síntoma el cosmos digital se ha inundado de fotos y vídeos de tono ligero en lugares de recogimiento como el dedicado a las víctimas judías por el nazismo, los campos de exterminio o el Valle de los caídos, por poner un ejemplo nacional. Se muestra de esta manera una aproximación banal y naif a fenómenos que arrasaron nuestro modo de vida y que causaron profundo sufrimiento todavía presente entre muchas personas. Esta falta de conciencia no es más que la ejemplificación de la insondable ignorancia, no maldad, que amordaza intelectualmente a gran parte de nuestros conciudadanos. Es otra manera de mostrar la absoluta naturalización de logros sociales construidos con mucho esfuerzo que, sin embargo, resultan endebles y deben ser preservados y cuidados.

Por otro lado, este acercamiento a los totalitarismos tiene otra explicación en una supuesta rebeldía ante las tendencias actuales más proclives a la integración, el avance social y la progresía. Hay sectores sociales que comprenden como una imposición artificial la consecución de una igualdad efectiva entre hombres y mujeres, la legislación a favor de colectivos minoritarios, la defensa del medio ambiente o la creación de una sensibilidad hacia colectivos desfavorecidos que malviven entre nosotros. No caen en la consideración de que, en gran medida, estas cuestiones no son obligaciones, sino derechos adquiridos por la sociedad en su conjunto. No es obligatorio el cumplimiento de estos derechos, como si sucede en la mayoría de casos con las propuestas totalitarias. Esta estilización de los modos fascistas, de su pasado presuntamente incólume, de su parafernalia y demás se entiende como la nueva rebeldía ente el rodillo de la progresía. Es descorazonador comprobar el acercamiento de los jóvenes a la extrema derecha, escuchar cánticos como el Cara al sol o comprobar la exaltación del nacionalcatolicismo en ciertos círculos juveniles.

La cuestión expuesta viene aderezada por la presión de ciertos influenciers, los círculos creados en las redes sociales o la producción de teorías conspiranoicas en el universo de las nuevas tecnologías. De este modo, se crean comunidades de fe y fin con vistas a objetivos supuestamente superiores. De hecho, se acepta la violencia como una posibilidad plausible. La cuestión de fondo es la posibilidad de pérdida de libertades y de derechos que supondría un verdadero problema para aquellos que hoy por hoy defienden el retorno de un autoritarismo que sigue vigente, de manera idealizada, en muchos estratos sociales. No solo entre los auténticos nostálgicos, sino también entre aquellos que no han vivido el pasado aciago al que se hace referencia. Es por tanto imprescindible revisar esta problemática, pues encierra peligros evidentes.

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