Ponzoña

Los ambientes insalubres solo son habitables por contadas criaturas adaptadas al medio. Las aguas residuales, los terrenos contaminados, las zonas infestadas por la enfermedad o los espacios cuajados por gases tóxicos permiten, aunque parezca lo contrario, la emergencia de vida. No hay más que prestar atención a las cloacas de las grandes urbes, repletas de desperdicios, pero atiborradas de ratas, cucarachas o microorganismos que proliferan y se reproducen entre la suciedad. De hecho, las bacterias están capacitadas para subsistir prácticamente en cualquier lugar del planeta. En sociedad podría decirse que sucede algo parecido, pues, contra las supuestas evidencias, también se generan ámbitos perniciosos ocupados por individuos integrados en el colectivo, aunque ajenos a las premisas éticas tácitamente aceptadas.

La destrucción de los valores compartidos, la transgresión de los límites o la búsqueda utilitaria de los fines pergeñados se convierte en un modo de vida para algunos. De manera habitual, esta disposición se vincula a lo político cuando no se acepta la deriva consuetudinaria y el mandato popular. Esta circunstancia solo puede darse en democracia dado que los totalitarismos aplastan la oposición y no dejan espacio para el incumplimiento; esta prebenda se reserva a los acólitos y arribistas, pero integrados en el devenir habitual, pues el decisionismo político implica la suspensión de cualquier norma ética y el permanente estado de excepción. Las nociones democráticas, si quieren ser catalogadas como tales, deben permitir la opinión divergente en aras de la libertad expresiva y de pensamiento. Ahora bien, en una noción de tipos ideales se entienden los distintos posicionamientos como guiados por una disposición racional y sujetos a las reglas imperantes. Aquí es donde se localiza la posibilidad para la emergencia del veneno que termina contaminando todo lo que toca.

La esfera propicia para este fenómeno se ofrece en las ideas y su posibilidad de manipulación. Los puntos de vista pueden manejarse, adaptarse o transformarse para de este modo complacer los intereses insertos en los distintos grupúsculos que conforman nuestras comunidades. Con todo, es imprescindible el poder para lograr este propósito. Por tanto, la gestión y todo lo relacionado con el capital o lo político se convierten en el horizonte de aquellos empeñados en saltar por encima de lo colectivo. El hecho de descuidar el espacio compartido genera innumerables fisuras lentamente colonizadas por los despojos. Al principio resulta algo imperceptible, pero en esta suciedad arraiga una vida creciente con sus propias necesidades como las funciones trófica y reproductiva. El detritus debe seguir produciendo la ponzoña sobre la que se erigen los advenedizos dispuestos a mantenerse a toda costa. Ahora bien, el alimento solo puede llegar desde el poder que se mantiene por la inversión y el populismo. Por tanto, resulta fundamental la génesis de un punto de vista que apuntale y acreciente los resquicios lentamente convertidos en profundas simas, pues el resultado de este trabajo de zapa no es otro que la polarización.

Los manejos del cuarto poder permiten inclinar las perspectivas hacia donde se considere más oportuno. Aunque nada ha cambiado desde la aparición de los primeros textos difamatorios, hay que reconocer las oportunidades ofrecidas por la digitalización de la información. La facilidad para acceder a estos contenidos, la simpleza del lenguaje empleado y la aparente vacuidad de sus afirmaciones son, contrariamente a su aparente espontaneidad, estrategias contrastadas y empleadas desde hace tiempo. No es más que el empleo de un modo directo y visceral de conectar con una amplia comunidad dispuesta a asumir las falacias mezcladas con medias verdades y auténticas invenciones. Con todo, estos medios no se mantienen de manera milagrosa ya que se nutren de fondos ofrecidos por grupos de presión convencidos de hacer lo correcto por reclamar lo suyo: la dirección. Se establecen, por tanto, momentos de mayor tensión y polarización cuando es la derecha la que pierde el poder. En este sentido, no hay más que observar los últimos cinco años de nuestra vida política. Se engendra basura, contenidos evidentemente alterados, algo sabido por los promotores de tamaña aberración, para mantener el entorno habitado por los oportunistas. 

Este contexto es retratado con elegancia e ironía por Umberto Eco en su Número cero. Una redacción repleta de perdedores, inadaptados y fracasados que entienden como única salida el mercadeo más abyecto. No hay valores, solo objetivos a perseguir para la instauración de la sospecha y la calumnia. Los seres humanos no son más que medios para la consecución de los fines y todo texto es ponderado para que produzca el mayor daño posible. Solo es necesario arrojar la primera piedra para que la desconfianza arraigue en el lector que verá como los eufemismos y las acusaciones ojeadas se multiplican en el resto de panfletos hediondos. De manera pausada, aunque sin detenerse en ningún momento, esta montaña de estiércol sigue creciendo para convertirse en un verdadero pantanal de aguas estancadas. En este punto el hedor se convierte en insoportable y las caras visibles, último eslabón de todo este proceso, hacen uso de su posicionamiento para esparcir de manera más efectiva la falsedad. No hay responsabilidad para estos actores, pues simplemente remiten a informaciones vertidas por los medios afines regados por su dinero. Por último, y si la situación resulta propicia, se puede dar el paso definitivo de acudir al juzgado de primera instancia conocido por aceptar a trámite estos subproductos. Todos saben que la causa no prosperará, pero el daño está hecho y la ofensa se ha instalado en el inconsciente colectivo. Ante esta deriva es difícil luchar en un estado de derecho, pero en último término es nuestra responsabilidad desinfectar estos resquicios colonizados por unos pocos con inteligencia y sentido crítico.

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