Los mártires

La ilustración puede sintetizarse en la figura de Immanuel Kant, uno de los últimos polímatas entregado al apuntalamiento de la autonomía humana desde una perspectiva racional. No en vano, el prusiano se propuso dar respuesta al interrogante sobre la propia naturaleza del movimiento ilustrado. En este sentido, y en sintonía con su propuesta ética forma, entendía esta dinámica como el abandono de la minoría de edad de la que nosotros mismos somos culpables. Nos recordaba la sentencia de Horacio invitando a servirnos de nuestro propio entendimiento: Sapere aude. Sobre el fracaso ilustrado han corrido ríos de tinta, no hay más que revisar las conclusiones de la Escuela de Fráncfort o rememorar la convulsa contemporaneidad en la que llevamos enredados largo tiempo sin encontrar solución a las disputas anunciadas por la insociable sociabilidad humana kantiana. Sus planteamientos, si bien vigentes y frescos debido a su carácter eminentemente racional, quedan desfigurados ante el sentir colectivo que nos devuelve una moral alejada de los esbozos formales. La sentimentalidad, la emoción y el arraigo a lo telúrico, aunque resulten componentes profundamente idealistas, se imponen en la cotidianeidad y conllevan una serie de valoraciones alejadas de la asepsia del prusiano.

En su Crítica de la víctima Daniele Giglioli profundiza en las valoraciones éticas del presente vinculadas a la entraña y desdibujadas en relación a la reflexión. Tal y como indica el título de la obra se centra en el estatus de la víctima en la sociedad actual, pues, de manera inequívoca, ha alcanzado una posición preeminente para de este modo emborronar el planteamiento original. Aunque de suyo le corresponda una compensación debido al agravio sufrido, la novedad se localiza en su instrumentalización para diluir las lindes con el victimario. Así, se desvirtúan sus atributos para su empleo por individuos o colectivos supuestamente afectados por alguna circunstancia adversa. El uso de una moralidad oscilante sustentada en el capricho ofrece un relato preeminente con la pretensión de focalizar la narración colectiva a su favor.

La construcción de los estados nacionales tuvo que acompañarse de un relato cargado de mitos carentes de mácula. Por tanto, la agrupación bajo una misma emotividad se produce al calor de un pasado prístino recuperado por figuras heroicas capacitadas para aglutinar el sentir del conjunto. Este proceso se produce de manera simultánea a la monumentalización de las víctimas. Estas se convierten en un patrimonio a explotar con el fin de expiar los pecados cometidos durante la larga marcha hacia la unidad. Estas construcciones, sin excepción alguna, están cuajadas de villanos contra los que luchar, ídolos a los que seguir y mártires para el recuerdo. Esta deriva ha sido asimilada por las sociedades actuales, en mayor o menor medida aposentadas, pero siempre alineadas bajo la batuta de una narración preeminente. Aquí la memoria se confunde con la historia para recoger los puntos adecuados para sustentar la propia posición. El pasado ofrece la justificación imprescindible para excusar un presente en el que valerse de la calificación de víctima resulta ventajoso. La conexión, en opinión de Giglioli, se localiza entre el poder y la supervivencia, pues la segunda permite el acceso al primero. El respaldo moral recibido marca la tónica de la narrativa y permite la imposición de los propios planteamientos, aunque se alejen de los presupuestos originarios. La modernidad se entiende desde la subjetividad. El punto de arranque para la ponderación de la acción parte de la propia atalaya, que en algunas ocasiones ofrece el fulgor adecuado para la consecución de acólitos.

La conexión con las sociedades capitalistas se engendra en las producciones culturales producidas ad hoc. El cine, la literatura y otras manifestaciones artísticas entendidas desde una perspectiva mercantil, se entregan a la historia oficial para marcar las líneas maestras de lo moralmente aceptable. Solo el sentimiento implica una adecuada unidad de medida para esta ética irreflexiva. Se delimita la jerarquía dentro de la comunidad dado que el sentimiento de culpa produce una deuda moral. Tenemos innumerables ejemplos, pero pueden observarse dos para comprobar, a grandes rasgos, cómo se produce este fenómeno. La segunda mitad del siglo XX, con el desarrollo de los medios de comunicación actuales y la democratización del cine y el acceso a la educación, es generoso en el sentido apuntado. En primer lugar, cabe recordar la Shoá; factoría de víctimas maniqueas con las que no cabe la duda. Encontramos un punto oscuro en la historia universal que ha ofrecido una nueva ubicación al colectivo judío. El desarrollo ulterior es de sobra conocido y cabría preguntar a los depositarios de las acciones sionistas si esta deuda universal está saldada. Por otra parte, puede comprobarse el camino inverso en el pueblo ruso, pues, de liberar Berlín pasó a encontrarse al otro lado de línea con el desarrollo de la Guerra fría. Es el de la víctima un papel alterable y modificable siempre y cuando se cuenten con los resortes adecuados. En este sentido, los conflictos en Gaza y Ucrania están agotando el rédito judío e incrementando el patrimonio antagónico de Rusia.

Lo más curioso de este fenómeno es que también afecta a individuos concretos y colectivos de nuevo cuño. Los principales impulsores del populismo, uno de los mayores peligros en nuestras democracias, se presentan a sí mismos como víctimas del sistema al que pretenden derribar para de este modo recuperar la libertad. Tal y como se expuso en las líneas precedentes, se erigen en depositarios de las mejores esencias, pero asumen en su figura la dicotomía de héroe y mártir. En el primer sentido, para levantarse contra la supuesta opresión; en el segundo, como damnificados y abanderados de las emociones más primitivas. En este contexto podemos encontrarnos con grupos refractarios al cuidado medioambiental, a la igualdad de género, de culto o al avance de derechos fundamentales representados por agenda 2030. Solo es necesario presentarse como víctimas del progreso para verificar el propio punto de vista y así poder actuar en consecuencia. Por esta vía se acepta el recurso a la violencia por entenderse que lo que está en juego es superior a cualquier consideración racional. Nada nuevo bajo el sol.

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